ENTRE EL 22 I 29 JULIOL 2013
el Papa FRANCESC ha visitat Brasil JMJ
El Papa, en la misa de la catedral de Rio
"Les pido de todo corazón la paciencia de escuchar a los jóvenes"
Francisco a los eclesiásticos: "Salid, ponéos en marcha, sed callejeros de la fe"
"Nuestra vocación es servir a Cristo en los pobres, como dice Madre Teresa"
José Manuel Vidal, 27 de julio de 2013 a las 13:44
En muchos ambientes se ha abierto paso lamentablemente una cultura de la exclusión, una «cultura del descarte». No hay lugar para el anciano ni para el hijo no deseado.egalo del Papa a la catedral
(José Manuel Vidal, Rio de Janeiro).- En su penúltimo dia en Rio, Francisco se reunió a rezar con los suyos. Cardenales, obispos, frailes, monjas y seminaristas abarrotaron la catedral de San Sebastián de Rio en forma de pirámide maya, consagrada en 1979. Y el Papa lanza a los eclesiásticos a ser "callejeros de la fe", tener paciencia con los jóvenes y "servir a los pobres". amén de luchar por la "cultura del encuentro" frente a la "cultura de la exclusión" que se impone hoy.
Aunque sigue lloviendo y hace frío en Rio (lleva así toda la semana), Francisco hace salir el sol y la alegría con su simple presencia. Contagia ilusión.
En el interior de la catedral se palpa la emoción ante la presencia del Papa. Hasta los obispos se agolpan a su alrededor, para saludarlo.Todos quieren tocar al Papa, que sonrié y gasta bromas a sus prelados.
La catedral enorme y redonda en su base es un homenaje a los pueblos indígenas del Brasil, a los que los misioneros trajeron la fe. Está presidida por un enorme Cristo y grandes vidrieras de colores.
Como canto de entrada, el himno de la JMJ, entonado con fuerza y emoción. Y el Papa, que ha dejado su sonrisa y entra ya con rostro de concentración religiosa. Un cambio claramente perceptible en su cara.
El arzobispo de Rio, Orani Tempesta, le da la bienvenida: 655 obispos, 8.000 sacerdotes, 9.000 religiosas, amén de los seminaristas y de lso diáconos. "Hombres y mujeres que, dejándolo todo, han seguido a Cristo".
"Queremos ser, al mismo tiempo, maestros y discípulos" y "con Pedro, asumir la misión que nos fue confiada".
El prelado recuerda Aparecida y da las gracias al Papa por su presencia en la JMJ. "Queremos oír al Papa Francisco" y que "nos confirme en la fe y en la construcción del Reino de justicia, paz y fraternidad".
La celebración de la eucaristía
Tras eñ Kyrie y el gloria en latín, las lecturas de la Palabra. La primera, de los Hechos de los Apóstoles. El Evangelio de Marcos, el episodio en que Cristo envía a sus discípulos a ir por el mundo entero a anunciar el Evangelio.
La homilía del Papa
Toma un vaso de agua antes de comenzar su predicación, se dirige al ambón y, alí, de pié, comienza su predicación:
"Que las naciones te glorifiquen, Señor"
Y pasa al español: "Queremos anunciar el Evangelio a nuestros jóvenes"
"Tres aspectos de nuestra vocación: llamados por Dios, llamados a anunciar el Evangelio, y llamados a promover la cultura del encuentro"
Llamados por Dios
"Un obispo, un sacerdote, una religiosa no puede ser un desmomoriado"
"Pidamos la gracia de ser memoriosos de esa primera llamada"
"Lo que asegura el fruto es ser fiel a Jesús"
"Contemplarlo, adorarlo y abrazar a Jesús"
"Abrazarlo en las personas más necesitadas"
"Nuestra vocación es servir a Cristo en los pobres, como dice Madre Teresa"
"Por favor, no lo borremos de nuestra vida a Jesús"
Llamados a anunciar el Evangelio
"Ayudar a los jóvenes a que arda en su corazón el deseo de ser misioneros"
"Dios quiere que seamos misioneros donde Él nos ponga, donde estamos"
"Lo primero que hay que evangelizar es la casa, el ambiente de estudio, de trabajo, la familia y los amimgos"
"Pongámosle la oreja a los jóvenes, con su mismo libreto…Les pido de todo corazón la paciencia de escuchar, perder el tiempo con ellos".
"Sembrra cuesta y cansa"
"Ayudar a los jóvenes a redescubrir la alegría de la fe"
"Salir, ponerse en marcha, ser callejeros de la fe"
"No podemos quedarnos enclaustrados en nuestra parroquia: salir, enviar"
"Salir por la puerta para buscar y encontrar"
"Pastoral de las periferias, de los alejados, de los que no suelen frecuentar las parroquias. Ellos son los invitados principales"
Llamados a promover la cultura del encuentro
"Reina la cultura de la exclusión y del descarte: no hay lugar para el anciano ni para el hijo no deseado"
"Dos dogmas de las relaciones humanas: eficiencia y pragmatismo"
"Tengan el valor de ir contracorriente de esta cultura eficientista y de la exclusión"
"Esconden la palabra solidaridad en esta cultura"
"Los quiero obsesionados en este sentido, sin ser presuntuosos"
"Hemos sido llamados por Dios con nombres y apellidos"
"Salir al encuentro de las periferias, que tienen sed de Dios y no tienen quien se lo anuncie"
Santa Misa con los obispos de la XXVIII JMJ y con los sacerdotes, religiosos y seminaristas en la catedral de San Sebastián (Río de Janeiro, 27 de julio de 2013).
Texto íntegro
Queridos hermanos en Cristo,
Al ver esta catedral llena de obispos, sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas de todo el mundo, pienso en las palabras del Salmo de la misa de hoy: «Oh Dios, que te alaben los pueblos» (Sal 66). Sí, estamos aquí para alabar al Señor, y lo hacemos reafirmando nuestra voluntad de ser instrumentos suyos, para que alaben a Dios no sólo algunos pueblos, sino todos.
Con la misma parresia de Pablo y Bernabé, anunciamos el Evangelio a nuestros jóvenes para que encuentren a Cristo, luz para el camino, y se conviertan en constructores de un mundo más fraterno. En este sentido, quisiera reflexionar con vosotros sobre tres aspectos de nuestra vocación: llamados por Dios, llamados a anunciar el Evangelio, llamados a promover la cultura del encuentro.
1. Llamados por Dios. Es importante reavivar en nosotros este hecho, que a menudo damos por descontado entre tantos compromisos cotidianos: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino
yo el que los elegí a ustedes», dice Jesús (Jn 15,16). Es un caminar de nuevo hasta la fuente de nuestra llamada. Al comienzo de nuestro camino vocacional hay una elección divina. Hemos sido llamados por Dios y llamados para permanecer con Jesús (cf. Mc 3,14), unidos a él de una manera tan profunda como para poder decir con san Pablo: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2,20). En realidad, este vivir en Cristo marca todo lo que somos y lo que hacemos. Y esta «vida en Cristo» es precisamente lo que garantiza nuestra eficacia apostólica y la fecundidad de nuestro servicio: «Soy yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero» (Jn 15,16). No es la creatividad pastoral, no son los encuentros o las planificaciones lo que aseguran los frutos, sino el ser fieles a Jesús, que nos dice con insistencia: «Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes» (Jn 15,4). Y sabemos muy bien lo que eso significa: contemplarlo, adorarlo y abrazarlo, especialmente a través de nuestra fidelidad a la vida de oración, en nuestro encuentro cotidiano con él en la Eucaristía y en las personas más necesitadas. El «permanecer» con Cristo no es aislarse, sino un permanecer para ir al encuentro de los otros. Recuerdo algunas palabras de la beata Madre Teresa de Calcuta:
«Debemos estar muy orgullosos de nuestra vocación, que nos da la oportunidad de servir a Cristo en los pobres. Es en las «favelas»", en los «cantegriles», en las «villas miseria» donde hay que ir a buscar y servir a Cristo. Debemos ir a ellos como el sacerdote se acerca al altar: con alegría»
(Mother Instructions, I, p. 80). Jesús, el Buen Pastor, es nuestro verdadero tesoro, tratemos de fijar cada vez más nuestro corazón en él (cf. Lc 12,34).
2. Llamados a anunciar el Evangelio. Queridos Obispos y sacerdotes, muchos de ustedes, si no todos, han venido para acompañar a los jóvenes a la Jornada Mundial de la Juventud. También ellos han escuchado las palabras del mandato de Jesús: «Vayan, y hagan discípulos a todas las naciones» (cf. Mt 28,19). Nuestro compromiso es ayudarles a que arda en su corazón el deseo de ser discípulos misioneros de Jesús. Ciertamente, muchos podrían sentirse un poco asustados ante esta invitación, pensando que ser misioneros significa necesariamente abandonar el país, la familia y los amigos. Me acuerdo de mi sueño cuando era joven: ir de misionero al lejano Japón. Pero Dios me mostró que mi tierra de misión estaba mucho más cerca: mi patria.
Ayudemos a los jóvenes a darse cuenta de que ser discípulos misioneros es una consecuencia de ser bautizados, es parte esencial del ser cristiano, y que el primer lugar donde se ha de evangelizar es la propia casa, el ambiente de estudio o de trabajo, la familia y los amigos. No escatimemos esfuerzos en la formación de los jóvenes. San Pablo, dirigiéndose a sus cristianos, utiliza una bella expresión, que él hizo realidad en su vida: «Hijos míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores del parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Ga 4,19). Que también nosotros la hagamos realidad en nuestro ministerio. Ayudemos a nuestros jóvenes a redescubrir el valor y la alegría de la fe, la alegría de ser amados personalmente por Dios, que ha dado a su Hijo Jesús por nuestra salvación. Eduquémoslos a la misión, a salir, a ponerse en marcha. Así ha hecho Jesús con sus discípulos: no los mantuvo pegados a él como una gallina con sus polluelos; los envió. No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en nuestra comunidad, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. No es un simple abrir la puerta para acoger, sino salir por ella para buscar y encontrar. Pensemos con decisión en la pastoral desde la periferia, comenzando por los que están más alejados, los que no suelen frecuentar la parroquia. También ellos están invitados a la mesa del Señor.
3. Llamados a promover la cultura del encuentro. En muchos ambientes se ha abierto paso lamentablemente una cultura de la exclusión, una «cultura del descarte». No hay lugar para el anciano ni para el hijo no deseado; no hay tiempo para detenerse con aquel pobre a la vera del camino. A veces parece que, para algunos, las relaciones humanas estén reguladas por dos «dogmas»: la eficiencia y el pragmatismo. Queridos obispos, sacerdotes, religiosos y también ustedes, seminaristas que se preparan para el ministerio, tengan el valor de ir contracorriente. No renunciemos a este don de Dios: la única familia de sus hijos. El encuentro y la acogida de todos, la solidaridad y la fraternidad, son los elementos que hacen nuestra civilización verdaderamente humana.
Ser servidores de la comunión y de la cultura del encuentro. Permítanme decir que debemos estar casi obsesionados en este sentido. No queremos ser presuntuosos imponiendo «nuestra verdad». Lo que nos guía es la certeza humilde y feliz de quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado por la Verdad que es Cristo, y no puede dejar de proclamarla (cf. Lc 24,13-35).
Queridos hermanos y hermanas, estamos llamados por Dios, llamados a anunciar el
Evangelio y a promover con valentía la cultura del encuentro. Que la Virgen María sea nuestro modelo. En su vida ha dado el «ejemplo de aquel amor de madre que debe animar a todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una vida nueva» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 65). Que ella sea la Estrella que guía con seguridad nuestros pasos al encuentro del Señor. Amén.