FESTES DE NADAL

AQUEST  ÉS  L'OBSEQUI 

amb  que  les  PARRÒQUIES 

de  MANACOR

HAN  FELICITAT  ELS  SEUS  FEELS:

 

 

 

ME MOLA LO DE LA CUEVA
Sin pared por medio

ECLESALIA, 30/12/14.- Hoy se habla mucho de repensar el cristianismo, yo lo apoyo por obvias razones y me atrevo a proponer especialmente en estas fechas “resentir el cristianismo”.

He sido invitada por dentro a dejar por unos días el gorrito occidental y a abrir de par en par el alma a la desnudez de los textos que acompañan las celebraciones que la comunidad cristiana revivimos estos días.

Si nos predisponemos a sentir, a sentir con las entrañas tal vez todo resulte menos frío, porque al final la liturgia tiene sentido si está la vivencia. Sin la vivencia la liturgia es un ritual que puede decir algo o no. Parece que dice poco a mucha gente y mi reflexión es que se intenta caldear con emotivos villancicos la ausencia de experiencia de cueva.

Muchos cristianos nos encontramos atrapados en la preparación de encuentros familiares que al final es lo que le da calor, no siempre amoroso, a las celebraciones, y el significado de lo que el año litúrgico nos recuerda en estas fechas se queda absorbido por las obligaciones familiares.

¿Contradicción? No me atrevo a afirmarlo porque evidentemente donde hay amor ahí está Dios y es Navidad y todo eso, pero los más comprometidos y comprometidas esos días están ausentes de las comunidades y sus momentos fuertes para la vida porque “vienen todos a cenar, a comer…”

Al final, se pasan las celebraciones, y con ellas la invitación de los textos sagrados a “sentir y vivir” la experiencia de Navidad. La densidad de cada palabra, de cada verbo-acción, de cada personaje y objeto, sin una buena Lectio imposible que transforme la fibra íntima de la comunidad que lo celebra. Sólo me atrevo a invitaros a madrugar un poco antes de que toda la maquinaria de desayunos… se ponga en marcha, y en el silencio de tu casa, sea la hora que sea, te sientes con el niño entre tus brazos y “le sientas”. Y también “le dejes que te hable a ti” si consigues dejar tu repetitivo murmullo de siempre para acoger la Vida que se comunica no sólo por la Palabra, sino también y sobre todo cuando esa Palabra se hace carne. La que tienes en el regazo de tu corazón, caldeando tu alma, en el silencio de tu hogar, un día cualquiera o quizás, si le coges el gustillo, todos los días de tu vida.

Yo me atrevo a hacerlo, y hoy de nuevo, como esos días pasados me habla de la cueva. Me insiste Jesús en que me detenga a escuchar-sentir, el significado de la cueva, para mi vida y la de la comunidad cristiana, y la de la familia.

La cueva no es un fin en sí mismo, es un fin de trayecto, es una etapa. Etapa imprescindible para comprender la encarnación. Es decir, el cristianismo no pasa de ser una buena ideología si no baja de la cabeza a las entrañas de la vivencia. La cueva es algo así como las entrañas de la humanidad, donde se siente la vida, porque es un espacio natural, sin cemento ni ladrillos, sin paredes medianeras, abierto.

La cueva es una apertura natural en la roca dura de la vida. La cueva es espacio para refugio, de la lluvia, la ley, el desahucio y el frío.

La cueva está dentro de nosotros y fuera. Dentro, es ese lugar marginal de mi ser que no me gusta, porque es oscuro, frío, no visitado porque me da miedo entrar…y a la vez es ese lugar de noche, sin luz artificial, que intimida asomarse porque no sabes qué o quién puedes encontrarte. Tal vez personas que me miran con recelo o con cariño… y es un buen momento de soltar las amarras, tirar las paredes que nos han separado o dividido. No sé, según como se ponga el crío igual nos vamos corriendo a poner el café, te sugiero que no, que te lo tomes antes y no te pierdas el final, como en la tele, que al poner anuncios te vas a la cama. Los anuncios son un respiro para que podamos seguir hasta el final. Los anuncios no son distracciones simplemente nos ponen en contacto con la realidad. Es verdad que hay que hacer muchas cosas, pero sólo una es importante ahora, aclarar esa mirada, discernir ese miedo, desempolvar ese recuerdo, con el crío en el regazo eso sí.

La cueva es esa apertura natural de la naturaleza que acoge y abriga y que Francisco de Asís en su vivencia de la Navidad nos la llena de naturaleza: animales, vegetación, riachuelos…todo expectante, todo en su estado puro: la nueva creación para el “hombrecito nuevo” que en la cueva encontramos. La nueva creación, pues la que nos dieron hace casi 14 billones de años y que se ha venido haciendo, milagrosamente, célula a célula, molécula a molécula…esa la estamos destruyendo, porque los hombres y las mujeres tenemos miedo a la cueva, a las entrañas de la vida, de la historia y de Dios, porque la cueva contiene a Dios hecho carne, como el seno materno contiene el niño que será.

En la de dentro, si logro dejar miedos y me asomo, me descubro habitada por el Amor. Ese crío sonriente y que cambia de color y facciones según donde el conflicto sea mayor, tanto si es con personas de mi familia, de mi comunidad parroquial o religiosa… como si es conflicto entre naciones que dejan sembradas de “cuevas de refugiados” la geografía de muchas zonas, lindantes con la cueva que él eligió. Tal vez por ello.

Dos cositas más sobre la cueva y me callo. Una que para entrar “hay que agacharse”. Je, je, sí, sí, en España estamos viendo como los más altos hoy son agachados por la ley, pues Jesús nos dice, también vosotros y vosotras, sí, sí, los que hacéis agachar a los corruptos… os tenéis que agachar por dentro para que disfrutéis de lo que tanto necesitáis: vida-amor. ¡Ay de los que no sabemos agacharnos, o de los que ponemos excusas de rodillas… nos perdemos el Tesoro!

Y por último, y no por ello menos importante, la cueva no contiene paredes medianeras, es espacio abierto. Fijaos en el lío que nos mete el “rojito de Jesús” se carga el sentido de posesión egoísta de propiedad que no usamos y que otros necesitan… ay, ay,ay, como no se calle el crío… mejor me voy a los recados. Es que no se calla

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HOMILIA  DEL  PAPA  AL  FINAL  DEL  2014

El papa Francisco ha concluido el año 2014 en la Basílica de San Pedro, pronunciando la siguiente homilía:

"Queridos hermanos y hermanas,

La Palabra de Dios nos introduce hoy, de forma especial, en el significado del tiempo, en el comprender que el tiempo no es una realidad extraña a Dios, simplemente por que Él ha querido revelarse y salvarnos en la historia, en el tiempo. El significado del tiempo, la temporalidad, es la atmósfera de la epifanía de Dios, es decir, de la manifestación del misterio de Dios y de su amor concreto. En efecto, el tiempo es el mensajero de Dios, como decía san Pedro Fabro.

La liturgia de hoy nos recuerda la frase del apóstol Juan: "Hijos míos, ha llegado la última hora" (1 Jn 2,18), y la de san Pablo, que nos habla de "la plenitud del tiempo" (Ga 4, 4). Por lo que el día de hoy nos manifiesta cómo el tiempo que ha sido –por decir así– "tocado" por Cristo, el Hijo de Dios y de María, y ha recibido de Él significados nuevos y sorprendentes: se ha convertido en "el tiempo salvífico", es decir, en el tiempo definitivo de salvación y de gracia.

Y todo esto nos invita a pensar en el final del camino de la vida, al final de nuestro camino. Hubo un comienzo y habrá un final, "un tiempo para nacer y un tiempo para morir", (Eclesiastés 3, 2). Con esta verdad, bastante simple y fundamental, así como descuidada y olvidada, la santa madre Iglesia nos enseña a concluir el año y también nuestros días con un examen de conciencia, a través del cual volvemos a recorrer lo que ha ocurrido; damos gracias al Señor por todo el bien que hemos recibido y que hemos podido cumplir y, al mismo tiempo, volvemos a pensar en nuestras faltas y en nuestros pecados. Agradecer y pedir perdón.

Es lo que hacemos también hoy al terminar el año. Alabamos al Señor con el himno del Te Deum y al mismo tiempo le pedimos perdón. La actitud de agradecer nos dispone a la humildad, a reconocer y a acoger los dones del Señor.

El apóstol Pablo resume, en la Lectura de estas Primeras Vísperas, el motivo fundamental de nuestro dar gracias a Dios: Él nos ha hecho hijos suyos, nos ha adoptado como hijos. ¡Este don inmerecido nos llena de una gratitud colmada de estupor! Alguien podría decir: "¿Pero no somos ya todos hijos suyos, por el hecho mismo de ser hombres?". Ciertamente, porque Dios es Padre de toda persona que viene al mundo. Pero sin olvidar que somos alejados por Él a causa del pecado original que nos ha separado de nuestro Padre: nuestra relación filial está profundamente herida. Por eso Dios ha enviado a su Hijo para rescatarnos con el precio de su sangre. Y si hay un rescate es porque hay una esclavitud. Nosotros éramos hijos, pero nos volvimos esclavos, siguiendo la voz del Maligno. Nadie nos rescata de aquella esclavitud substancial sino Jesús, que ha asumido nuestra carne de la Virgen María y ha muerto en la cruz para liberarnos, liberarnos de la esclavitud del pecado y devolvernos la condición filial perdida.

La liturgia de hoy recuerda también que "en el principio (antes del tiempo) era la Palabra… y la Palabra se hizo hombre" y por eso afirma san Ireneo: "Este es el motivo por el cual la Palabra se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con la Palabra y recibiendo así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" ( Adversus haereses, 3, 19-1: PG 7,939; cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 460).

Al mismo tiempo, el don mismo por el que agradecemos es también motivo de examen de conciencia, de revisión de la vida personal y comunitaria, de preguntarnos: ¿cómo es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o vivimos como esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu, rescatadas, libres?  O ¿vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es nuestro interés? Hay siempre en nuestro camino existencial una tendencia a resistirnos a la liberación; tenemos miedo de la libertad y, paradójicamente, preferimos más o menos inconscientemente la esclavitud. La libertad nos asusta porque nos pone ante el tiempo y ante nuestra responsabilidad de vivirlo bien. La esclavitud, en cambio, reduce el tiempo a un "momento" y así nos sentimos más seguros, es decir, nos hace vivir momentos desligados de su pasado y de nuestro futuro. En otras palabras, la esclavitud nos impide vivir plena y realmente el presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra ante el futuro, frente a la eternidad. La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar, esperar.

Decía hace algunos días un gran artista italiano que para el Señor fue más fácil quitar a los israelitas de Egipto que a Egipto del corazón de los israelitas. Habían sido liberados ‘materialmente’ de la esclavitud, pero durante el camino en el desierto con varias dificultades y con hambre, comenzaron entonces a sentir nostalgia de Egipto cuando "comían… cebollas y ajo" (cfr. Num 11, 5); pero se olvidaban que comían en la mesa de la esclavitud. En nuestro corazón anida la nostalgia de la esclavitud, porque aparentemente nos da más seguridad, más que la libertad, que es muy arriesgada. ¡Cómo nos gusta estar enjaulados por tantos fuegos artificiales, aparentemente bellos, pero que en realidad duran sólo unos pocos instantes! ¡Y Éste es el reino del momento, esto es lo fascinante del momento!

De este examen de conciencia depende también, para nosotros los cristianos, la calidad de nuestro obrar, de nuestro vivir, de nuestra presencia en la ciudad, de nuestro servicio al bien común, de nuestra participación en las instituciones públicas y eclesiales.

Por este motivo, y siendo Obispo de Roma, quisiera detenerme sobre nuestro vivir en Roma, que representa un gran don, porque significa vivir en la ciudad eterna, significa para un cristiano, sobre todo, formar parte de la Iglesia fundada sobre el testimonio y sobre el martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Y por lo tanto, también por ello damos gracias al Señor. Pero, al mismo tiempo, representa una responsabilidad. Y Jesús ha dicho: "Al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más" (Lc 12, 48). Por lo tanto, preguntémonos: en esta ciudad, en esta Comunidad eclesial, ¿somos libres o somos esclavos, somos sal y luz? ¿Somos levadura? O ¿estamos apagados, sosos, hostiles, desalentados, irrelevantes y cansados?

Sin duda, los graves hechos de corrupción, surgidos recientemente, requieren una seria y conciente conversión de los corazones, para un renacer espiritual y moral, así como un renovado compromiso para construir una ciudad más justa y solidaria, donde los pobres, los débiles y los marginados estén en el centro de nuestras preocupaciones y de nuestras acciones de cada día. ¡Es necesaria una gran y cotidiana actitud de libertad cristiana para tener la valentía de proclamar, en nuestra Ciudad, que hay que defender a los pobres, y no defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los débiles!

La enseñanza de un simple diácono romano nos puede ayudar. Cuando le pidieron a san Lorenzo que llevara y mostrara los tesoros de la Iglesia, llevó simplemente a algunos pobres. Cuando en una ciudad se cuida, socorre y ayuda a los pobres y a los débiles a promoverse en la sociedad, ellos revelan el tesoro de la Iglesia y un tesoro en la sociedad.

Pero, cuando una sociedad ignora a los pobres, los persigue, los criminaliza, los obliga a "mafiarse", esa sociedad se empobrece hasta la miseria, pierde la libertad y prefiere "el ajo y las cebollas" de la esclavitud, de la esclavitud de su egoísmo, de la esclavitud de su pusilanimidad y esa sociedad deja de ser cristiana.

Queridos hermanos y hermanas, concluir el año es volver a afirmar que existe una "última hora" y que existe "la plenitud del tiempo". Al concluir este año, al dar gracias y al pedir perdón, nos hará bien pedir la gracia de poder caminar en libertad para poder reparar los tantos daños hechos y poder defendernos de la nostalgia de la esclavitud, defendernos de no "añorar" la esclavitud.

La Virgen Santa, la Santa Madre de Dios, que está en el corazón del templo de Dios, cuando la Palabra –que era en el principio– se ha hecho uno de nosotros en el tiempo; Ella que ha dado al mundo al Salvador, nos ayude a acogerlo con el corazón abierto, para ser y vivir verdaderamente libres, como hijos de Dios. Así sea".

 

Primer  de  Gener:

COMUNICACIONS: 1  GENER 2015

El moviment  demogràfic del  2014 a la  Parròquia de SANT PAU:

Baptismes: 6 nines; 8 nins.  Total  14

Matrimonis:  0

Defuncions: 23 dones; 28 homes. Total 51

 

El moviment demogràfic del 2014 a la Parròquia de  CRIST REI:

 

Baptismes: 8 nines; 7 nins. Total 15

Matrimonis: 3

Defuncions : 23 dones; 35 homes. Total 58

 

 

El moviment demogràfic del 2014 a la Parròquia ELS  DOLORS:

Baptismes: 33  nines; 34  nins. Total  67

Matrimonis:  13

Defuncions: 47  dones;  49 homes. Total 96 

 

  MATERNITAT  DE MARIA

– CAP  D'ANY:

Texto íntegro de la homilía del Papa

Vuelven hoy a la mente las palabras con las que Isabel pronunció su bendición sobre la Virgen Santa: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1,42-43).

Esta bendición está en continuidad con la bendición sacerdotal que Dios había sugerido a Moisés para que la transmitiese a Aarón y a todo el pueblo: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,24-26). Con la celebración de la solemnidad de María, Madre de Dios, la Iglesia nos recuerda que María es la primera destinataria de esta bendición. Se cumple en ella, pues ninguna otra criatura ha visto brillar sobre ella el rostro de Dios como María, que dio un rostro humano al Verbo eterno, para que todos lo puedan contemplar.

Además de contemplar el rostro de Dios, también podemos alabarlo y glorificarlo como los pastores, que volvieron de Belén con un canto de acción de gracias después de ver al niño y a su joven madre (cf. Lc 2,16). Ambos estaban juntos, como lo estuvieron en el Calvario, porque Cristo y su Madre son inseparables: entre ellos hay una estrecha relación, como la hay entre cada niño y su madre. La carne de Cristo, que es el eje de la salvación (Tertuliano), se ha tejido en el vientre de María (cf. Sal 139,13). Esa inseparabilidad encuentra también su expresión en el hecho de que María, elegida para ser la Madre del Redentor, ha compartido íntimamente toda su misión, permaneciendo junto a su hijo hasta el final, en el Calvario. María está tan unida a Jesús porque él le ha dado el conocimiento del corazón, el conocimiento de la fe, alimentada por la experiencia materna y el vínculo íntimo con su Hijo. La Santísima Virgen es la mujer de fe que dejó entrar a Dios en su corazón, en sus proyectos; es la creyente capaz de percibir en el don del Hijo el advenimiento de la «plenitud de los tiempos» (Ga 4,4), en el que Dios, eligiendo la vía humilde de la existencia humana, entró personalmente en el surco de la historia de la salvación. Por eso no se puede entender a Jesús sin su Madre.

Cristo y la Iglesia son igualmente inseparables, y no se puede entender la salvación realizada por Jesús sin considerar la maternidad de la Iglesia. Separar a Jesús de la Iglesia sería introducir una «dicotomía absurda», como escribió el beato Pablo VI (cf. Exhort. ap. N. Evangelii nuntiandi, 16). No se puede «amar a Cristo pero sin la Iglesia, escuchar a Cristo pero no a la Iglesia, estar en Cristo pero al margen de la Iglesia» (ibíd.). En efecto, la Iglesia, la gran familia de Dios, es la que nos lleva a Cristo.

Nuestra fe no es una idea abstracta o una filosofía, sino la relación vital y plena con una persona: Jesucristo, el Hijo único de Dios que se hizo hombre, murió y resucitó para salvarnos y vive entre nosotros. ¿Dónde lo podemos encontrar? Lo encontramos en la Iglesia. Es la Iglesia la que dice hoy: «Este es el Cordero de Dios»; es la Iglesia quien lo anuncia; es en la Iglesia donde Jesús sigue haciendo sus gestos de gracia que son los sacramentos.

Esta acción y la misión de la Iglesia expresa su maternidad. Ella es como una madre que custodia a Jesús con ternura y lo da a todos con alegría y generosidad. Ninguna manifestación de Cristo, ni siquiera la más mística, puede separarse de la carne y la sangre de la Iglesia, de la concreción histórica del Cuerpo de Cristo. Sin la Iglesia, Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo.

Queridos hermanos y hermanas. Jesucristo es la bendición para todo hombre y para toda la humanidad. La Iglesia, al darnos a Jesús, nos da la plenitud de la bendición del Señor. Esta es precisamente la misión del Pueblo de Dios: irradiar sobre todos los pueblos la bendición de Dios encarnada en Jesucristo. Y María, la primera y perfecta discípula de Jesús, modelo de la Iglesia en camino, es la que abre esta vía de la maternidad de la Iglesia y sostiene siempre su misión materna dirigida a todos los hombres. Su testimonio materno y discreto camina con la Iglesia desde el principio. Ella, la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y, a través de la Iglesia, es Madre de todos los hombres y de todos los pueblos.

Que esta madre dulce y premurosa nos obtenga la bendición del Señor para toda la familia humana. De manera especial hoy, Jornada Mundial de la Paz, invocamos su intercesión para que el Señor nos de la paz en nuestros días: paz en nuestros corazones, paz en las familias, paz entre las naciones. Este año, en concreto, el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz lleva por título: «No más esclavos, sino hermanos». Todos estamos llamados a ser libres, todos a ser hijos y, cada uno de acuerdo con su responsabilidad, a luchar contra las formas modernas de esclavitud. Desde todo pueblo, cultura y religión, unamos nuestras fuerzas. Que nos guíe y sostenga Aquel que para hacernos a todos hermanos se hizo nuestro servidor.

 

 

 

 

 

 

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2º    NADAL   "BENEDICCIÓ"

Això que sento, és fe? Diumenge 2n de Nadal

Josep Llunell

Diumenge 2n de Nadal. Cicle B
 4 de gener de 2015

Actualment són moltes les persones que no saben amb certesa si creuen o no creuen.
Va arribar un moment que el món religiós ja no els deia res
– la missa només els feia badallar
– els sermons no els suportaven
– la religió els semblava inútil i artificial, etc.
I un dia ho escombraren tot.

En molts d’ells hi ha quelcom que no ha mort del tot.
Fins i tot experimenten la necessitat de creure d’una manera nova.
I sorgeixen preguntes:
– Això que sento, és fe?
– Puc jo tornar a creure?
– Però, com?

S’ha de fer alguna cosa per a tornar a creure? A ningú se’l pot forçar des de fora perquè cregui. Ni ell mateix ha de fer-ho. Però tampoc cal romandre passiu. El que cal fer és… buscar.
Què ha de fer hom per buscar?
Posar la màxima atenció a tot allò que neix del seu interior
– sense turmentar-se
– sense obsessionar-se.

Hi ha algun mètode per aprendre a creure? No. No hi és. Cadascú ha de recórrer el seu propi camí. El decisiu és la fidelitat a un mateix, orientant la nostra vida cap a Déu.
Es pot creure quan hom està ple de dubtes i veu la religió com quelcom complicat?
– dubte és normal
– l’important és la veritat de la nostra relació amb Déu.

Per tornar a creure, cal sentir alguna cosa especial?
No necessàriament.
Alguns poden sentir pau i alegria però, el fonamental és donar passospràctics:
– contacte amb algun creient
– temps de reflexió
– lectura d’algun text adequat, etc.

Per creure, cal pregar?
Evidentment.
Però no d’una manera mecànica, sinó obrint-se al contingut real de la pregària:
– obrir el cor a Déu
– confiar
– sentir-se comprès i acollit
– fer cas de la crida a emprendre una vida nova més generosa.

En aquest temps de Nadal hem de recordar les paraules de Sant Joan quan ens diu que “Crist és la llum verdadera que il·lumina tot home. Va venir a casa seva però els seus no el van rebre. Als que l’han rebut els hi ha donat poder per ser fills de Déu.”

Aquests, per gràcia seva, som nosaltres.


Hem de respondre amb la màxima gratitud, fidelitat i constància.
De cara a Déu, tot és poc i sempre ens quedarem curts.

 

 

Acoger a Dios

Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban «cerrados». Una especie de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.

Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: «Ojalá rasgaras el cielo y bajases».

Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir de las aguas del Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio rasgarse el cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por fin era posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.

Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús con su Espíritu.

Sin ese Espíritu todo se apaga en el cristianismo. La confianza en Dios desaparece. La fe se debilita. Jesús queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra muerta. El amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa más.

Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte en costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida, la esperanza muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.

Nuestro mayor problema es el olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error pretender lograr con organización, trabajo, devociones o estrategias diversas lo que solo puede nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda su frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús.

No nos hemos de engañar. Si no nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada importante que aportar a la sociedad actual, tan vacía de interioridad, tan incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.

José Antonio Pagola

 

 

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