COMUNICACIONS:
Paraules qu m'agraden i per això les transcric…
Dios me ha dado una nueva oportunidad!!!!!!!
Me encontré con una mujer que conocí en un grupo de terapia de drogodependencia. Esta señora tuvo una vida muy complicada, su marido la abandonó hacía más de veinte años. Esta mujer cayo en una fuerte depresión, lo perdió todo, acabando siendo drogodependiente y prostituyéndose para poder pagar la droga, y malvivir. Felizmente había superado su desgracia, y ahora trabajaba como cuidadora de ancianos, me dijo contenta, que no acababa nunca el trabajo, porque, los usuarios adoraban su ternura. Me comento, que su marido había contactado con ella, y le pedía que se encargara de él. Ella me dijo, “Juan, aún es mi marido, esta enfermo y sólo, le perdono y lo voy a ayudar, lo cuidaré con todo el amor que tengo. Dios me dio una nueva oportunidad de vivir, se que el Señor se alegrará”.
Como nos gusta juzgar al prójimo sin conocer toda su historia, criticamos una chica que se prostituye, o un chaval que se droga, cuando gente “respetable” explota a trabajadores, dilapida el dinero ajeno, etc…..
Jesús nos da una lección de humildad y de amor, la aceptación incondicional del otro, tan de moda en la terapia psicológica, nos la enseño el Maestro con todo lujo de detalles. Vivamos amando, no estaremos de acuerdo con todo el mundo, pero si lo aceptamos sin malos juicios, podemos descubrir historias de personas maravillosas.
Mn. Joan Bordoy i Gibert.
UN AMOR QUE SE DESBORDA
Lc 7, 36-50
Este texto es tan expresivo en sí mismo, tan rico en símbolos, gestos y palabras que pienso que, quizás, el mejor comentario que se puede hacer de él es, sencillamente, una invitación a leerlo despacio, saborearlo, contemplarlo sin prisas… Propongo que pongamos en juego todos nuestros sentidos y miremos con calma, contemplemos la escena, escuchemos las palabras de cada personaje… e incluso olamos, toquemos y nos dejemos tocar… Seguro que no nos resulta difícil identificarnos con cualquiera de los personajes y orar con el texto.
Por si ayuda, aporto algunos datos que nos pueden servir para contextualizar el texto, conocerlo más y así, ojalá, entrar mejor en oración.
Quizás, para ello, convendría comenzar a leer no sólo estos versículos, sino desde el inicio del capítulo 7 de Lucas, pues el evangelio de hoy es el último de un grupo de episodios. El primero narra el encuentro en Cafarnaún entre Jesús y un grupo de ancianos que acuden a interceder ante él por un extranjero, un centurión -un pagano- que se había portado muy bien con ellos. Los ancianos lo describen como alguien “que ama a nuestro pueblo” y Jesús responde al amor de ese hombre sanando a distancia a su siervo y proclamando públicamente su admiración por la fe que muestra: “Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande” (7,9).
De Cafarnaún pasamos a Naín, donde, en la entrada del pueblo, Jesús se encuentra con la comitiva que acompaña a una viuda a enterrar a su hijo único. Jesús se compadece de esta mujer (que nos recuerda a la que en 1 Reyes 17 acoge y alimenta a Elías en su exilio) y al resucitar a su hijo, la resucita también a ella, pues le hace recuperar las posibilidades de vida en un contexto en el que, sin parientes próximos (véase el subrayado de “hijo único”) podría quedar en una situación verdaderamente difícil para ella. Esta experiencia hace que los que han contemplado lo ocurrido proclamen: “Dios ha visitado a su pueblo” (7,16).
Y esta experiencia, contada por los discípulos de Juan el Bautista a su maestro, hace que éste envíe seguidores a Jesús con la pregunta: “¿Eres tú el que tiene que venir o hemos de esperar a otro?” (7,19). Jesús les responde primero actuando, realizando numerosos gestos de sanación y después, a través de una narración que recordaría a los oyentes, sin lugar a dudas, las palabras del profeta Isaías con las que describía el tiempo de Salvación (Is 29,18; 35,5ss; 42,7).
Quien ha seguido el evangelio de Lucas hasta aquí y escucha ahora el texto que la Liturgia de este domingo nos presenta ya no se encuentra indiferente ante la persona de Jesús. Sabe que él es un profeta y ha visto que actúa como tal, siendo así signo de contradicción y de cuestionamiento. Sabe que ha venido para hacer que los ciegos vean, los cojos anden, los leprosos queden limpios y los sordos oigan, que los muertos resuciten y a los pobres se les anuncie la buena noticia. Ha escuchado directamente “y dichoso quien no encuentre en él motivo de tropiezo”… Es entonces cuando aparece la figura de Simón, un fariseo que invita a Jesús a comer.
El escenario, en este momento, es un banquete y podemos imaginarnos a Jesús reclinado en un diván, comiendo. No eran extrañas estas comidas en las que un personaje con cierto reconocimiento social y con poder económico invitaba a predicadores o a otras personas relevantes para dialogar, hacerles preguntas o simplemente para ser vistos con ellas. Eran comidas públicas y por eso no tuvo que serle complicado a la mujer acercarse a Jesús.
La mujer va directamente a él. Lo conoce. De hecho parece claro que no es la primera vez que se encuentra con él pues el texto nos dice que ella sabía que estaba allí (“al enterarse que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo”) y nos muestra que su intención, premeditada, estaba cargada de gratitud y reconocimiento. Si nos fijamos un poco más vemos que, en realidad, su intención seguramente era la de ungirle con el perfume que lleva en el frasco de alabastro pero, una vez que está a los pies de Jesús, el perfume se mezcla con unas lágrimas incontenibles que intenta enjugar con sus cabellos y sus besos.
Si imaginamos la escena podemos hacernos cargo de la tensión del momento. Lucas se ha preocupado de señalarle como “una pecadora pública”. Por tanto, para Simón y para el resto este acontecimiento certifica los rumores que se decían de él: “ahí tenéis a un comilón y a un borracho, amigo de los publicanos y pecadores” (7,34).
Quizás sólo fueron segundos, unos minutos, pero podemos imaginar las caras de estupor de las personas que estaban en la comida y lo gestos decididos de la mujer. Podemos contemplar también a Jesús, que se deja hacer, que no retira los pies. Impresiona cuando, después de escuchar la reprimenda de Simón y narrarle la parábola de los deudores con la intención de abrirle los ojos, Jesús sigue hablándole a la vez que se vuelve hacia la mujer (7,44). Es decir, hay algo que está claro y es que Jesús pone sus ojos en ella haciendo que sea de nuevo el centro de atención de todos, pero esta vez restituida a través de sus palabras.
Con respecto a la mujer hay algo interesante que señalar. Nuestras traducciones dicen: “y una mujer de la ciudad, una pecadora…”. Pero el texto griego utiliza el imperfecto del verbo ser (h=n). Es decir, la mujer “era”… ya no es lo que había sido en el pasado. También Jesús dirá “si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados”. No se dicen cuándo ni cómo fueron perdonados los pecados. Pero quienes contemplan la escena son incapaces de reconocer a la nueva mujer y simplemente juzgan lo que ha sido hasta ahora. De hecho resulta curioso que Jesús pregunte a Simón “¿ves a esta mujer?” (7,44), como para forzarle a abrir sus ojos de una manera nueva.
Jesús, en cambio, no le ha juzgado en ningún momento. Sabe quién es y ve también cómo es su corazón, reconociendo y aceptando la gratitud de la mujer hacia él. Entonces se vuelve a Simón para contarle una historia que habla de deudores, de denarios y de amor. Una historia que puede ayudarle a él y a todos los que le escuchan a comprender lo que hace. E invitándole a mirar a la mujer con ojos nuevos, Jesús le enumera a Simón la lista de las “faltas” en su hospitalidad: no hubo agua, ni beso de paz, ni aceite en la cabeza… No hubo, en el fondo, verdadero interés y hospitalidad hacia el invitado… La mujer ha compensado esa escasez con un derroche de amor. Con sus palabras, la mujer queda para Simón y para todos como modelo, como referente a quien deben mirar e imitar.
A la mujer ser le perdonaron muchos pecados. También a Simón, y a todos los que le escuchan, y a nosotros, se nos perdonarán nuestros pecados si somos capaces de ver y reconocer a Jesús como el Señor ante el que se doblan nuestras rodillas; si dejamos espacio en nosotros para la misericordia, el perdón y la bondad de Dios; si permitimos que Él transforme nuestra mirada para ver con ojos nuevos la realidad que nos rodea. Entonces dejaremos que fluya en nosotros el Amor de Quien nos llama siempre a una vida nueva, nos restituye y nos invita al banquete de la misericordia.
Inma Eibe, ccv
DIUMENGE "ONZÈ" DEL TEMPS ORDINARI…
No apartar ningú de Jesús…
Segons ens conta Lluc, un fariseu de nom Simó té molt interès en convidar Jesús a taula. Probablement, vol fer venir bé el dinar per a discutir algunes qüestions amb aquell galileu, que té ja fama de profeta entre la gent. Jesús accepta l’envit: a tots ha d’arribar la Bona Nova de Déu.
Mentre dinen passa una cosa que Simó no pensava. Una prostituta del barri irromp a la sobretaula, es tira als peus de Jesús i es posa a plorar. No sap com agrair l’amor que mostra cap a aquells que, com ella, viuen marcats pel menyspreu general. En sorpresa per part de tots, besa un cop i un altre els peus de Jesús i els ungeix amb perfum preciós.
Simó s’ho mira horroritzat… ¡Una dona pecadora tocant Jesús dins casa seva ! No ho pot suportar: aquell home és un inconscient, no un profeta de Déu. Haurien de decantar de Jesús ràpidament aquella dona impura.
Però, Jesús es deixa tocar i estimar per la dona. Ella el necessita més que ningú. Amb tendresa especial li ofereix el perdó de Déu, llavors la convida a descobrir dins el seu cor un fe humil que l’està salvant. Jesús només li desitja que visqui en pau: “Els teus pecats et són perdonats.. La teva fe t’ha salvat. Ves en pau”.
Els evangelis destaquen l’acollida i comprensió de Jesús cap als sectors més exclosos per gairebé tothom de la benedicció de Déu: prostitutes, receptors d’impostos, leprosos… El seu missatge és escandalós: els menyspreats pels homes més religiosos tenen un lloc de privilegi en el cor de Déu. Sols hi ha una raó: són els més necessitats d’acollida, dignitat i amor.
Qualque dia haurem de revisar, a la llum del comportament de Jesús, quina és la nostra actitud en les comunitats cristianes davant certs col·lectius com les dones de mala vida o els homosexuals i lesbianes dels quals els problemes, sofriments i lluites preferim ignorar i silenciar sempre en el sí de l’Església, com si per a nosaltres no existissin.
Ens podem demanar:
¿On poden trobar entre nosaltres una acollida que es sembli a la de Jesús?
¿De qui poden escoltar una paraula que els parli de Déu com parlava ell?
¿Quina ajuda poden trobar entre nosaltres per a viure la seva condició sexual des d’una actutid responsable i creient ?
¿Amb qui poden compartir la fe en Jesús amb pau i dignitat? ¿Qui és capaç d’intuir l’amor insondable de Déu als oblidats per totes les religions?
José A. Pagola
Homosexuals i lesbianes tenen dret a l’Evangeli.
Diumenge XI de durant l’any
Una dona pecadora està tocant Jesús.
La reacció del fariseu Simó és
–d’indignació
–i d’escàndol.
Aquella dona és una indesitjable.
En canvi, la reacció de Jesús és
–d’acollida
–i de comprensió
perquè només veu en ella una persona necessitada d’amor, de reconciliació i de pau.
Aquesta actitud de Jesús ens hauria de fer reaccionar i obrir els ulls davant dels que els hi neguem el dret d’apropar-se a Jesús.
Entre aquests grups n’hi ha un del que els cristians gairebé ni ens atrevim a parlar. És el món dels homosexuals i de les lesbianes.
Un món que les esglésies han preferit, gairebé sempre, silenciar mentre socialment eren objecte de
–distorsions
–menyspreus
–i persecució.
Ni una paraula d’esperança per a ells. Només condemnes, befes i anatemes per a reduir-los a la foscor, al silenci i al menyspreu.
¿A on han pogut escoltar una paraula amable que els fes sentir cridats al Regne de Déu?
Quan han pogut saber que Déu és també pels indesitjables de la societat?
Qui els ha obert la porta de l’Evangeli?
També els homosexuals i les lesbianes tenen dret a l’Evangeli encara que aquesta simple afirmació soni de manera estranya i escandalosa a les oïdes de bastants cristians.
Les comunitats cristianes ens hem de preguntar quina ajuda hem ofert a aquests homes i dones per créixer en maduresa humana i responsabilitat cristiana.
¿Quin missatge han pogut escoltar de nosaltres per a poder viure la seva homosexualitat des d’una actitud responsable i creient?
No podem adoptar una actitud de condemna i de refús ni es pot jutjar una persona únicament des de la seva sexualitat.
De què es tracta aquí?
D’anunciar i d’oferir a aquestes persones la possibilitat de què descobreixin en Jesucrist
–la seva pròpia dignitat
–l’acceptació responsable de la seva condició
–i l’acollida alliberadora que els nega gairebé sempre la societat.
Com ens comportem nosaltres amb aquestes persones
–com jutges implacables
–o com germans i amics?